No hace muchos años –cuando la gente se tomaba la vida con más calma– era frecuente ver los balcones de las casas llenos de plantas y de flores. Hoy día esa imagen ha quedado relegada a las postales bucólicas y a ciertas callejuelas de algún pueblo pintoresco. Si nos paramos un momento (y ya sé que no es fácil parar un momento) y nos fijamos en los balcones de las casas que nos rodean, veremos que la mayoría están vacíos y tristes. Parece que con las prisas, el estrés y el agobio de la vida actual no tenemos tiempo para cuidar de unas plantitas que alegren nuestra casa, nuestra ciudad y también nuestra vida. ¿Por qué no nos tomamos lo de cultivar unas plantas en el balcón o en la terraza, como una práctica terapéutica? Ciertamente, merece la pena –aunque sólo sea como acto sanador– recuperar cotidianamente el vínculo con nuestras raíces y con la naturaleza y no dejarlo únicamente para los agobiantes fines de semana en los que escapamos por millones de las grandes ciudades para ir a la montaña, a la playa, a la nieve o al pueblo de los abuelos. Si lo pensamos bien, quizás el tiempo dedicado al cuidado de las plantas y al disfrute del espacio lleno de verdor y colorido nos aporte más beneficios psíquicos y físicos que la hora semanal de consulta psicológica o la media hora diaria de...
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